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 La busqueda del Caballero Negro

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Erinia Arnauld
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Erinia Arnauld


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MensajeTema: La busqueda del Caballero Negro   La busqueda del Caballero Negro Icon_minitimeVie Nov 21, 2008 8:19 am

Bueno... este es un cuento ke apenas estoy escribiendo... me gustaria saber ke piensas... para pues...continuarlo o no...
Jeje seran las primeras en leerlo, porke sinceramente, como mi sueño es publicar algo... me da miedo Embarassed mostrar mis escritos, ademas de un tanto de pena por no considerarme buena en esto...
Por favor jajajaja sean malas Twisted Evil conmigo jejeje y diganme en serio si les gusta o no


El retrato de la doncella

El pincel se mueve delicado bajo las manos del artista, sus ojos brillan tanto como la flama que ilumina a su princesa…suya, la ha hecho suya en el pensamiento, se ha enamorado de esa joven que apareció en su vida hacía apenas veinte días, tocando a su puerta queriéndole vender flores que él tomó por ilusiones, y le ofreció hospedaje, pan y ganancias a cambio del privilegio de conservar su belleza en el lienzo.
El tiempo para él no ha pasado, siempre es lo mismo, embelezado con la imagen de la doncella que intenta copiar pero, aun siendo el mejor pintor del reino, jamás podrá comparar, se le pasan las horas pintando imágenes al aire sobre un retrato ya terminado, imágenes traducidas en suspiros. Y es que no puede dejar de contemplar a su doncella, todo en ella le parece divino: sus ojos de cielo, su piel canela, sus cabellos negros, y su sonrisa...toda una condena, pues él se imagina marinero frente al hechizo de una sirena, dispuesto a morir entre los brazos de aquella criatura que su corazón encarcela, pero lo libera de la amargura, la soledad y la espera.
¬¬––Si me permite, doncella, es necesidad más que capricho aprehender de sus ojos el color.
––Pues hágalo si es su deber, pero…––la joven bajó el rostro, mientras el hombre se acercaba a ella–– en los ojos está el alma y en ellos el amor se delata ––cerró los puños sobre su falda y se encogió levemente––, por eso no puedo permitir que se acerque tanto, no sea que mi secreto usted descubra.
––¿Secreto? ––se arrodilló frente a la joven–– ¿Cuál secreto?
––Ese en el que yo sueño con el amor, con detener el tiempo en un beso y oír en el palpitar del corazón el nombre de aquel que lo entregará todo por un sentimiento.
El pintor posó su mano sobre la mejilla de porcelana y la dejó resbalar lentamente hasta los labios de su musa, acariciarlos, pero fue negado por la joven que giró el rostro.
––Aunque del atrevimiento no soy discípulo, de la pasión sí lo soy, por eso hoy, cual enamorado perdido, puedo jurarle que daría mi vida por volver su sueño una realidad.
––¿Es cierto su juramento? ––preguntó ella con la vista baja–– ¿Sería capaz de dejarlo todo, de morir por mí?
––Por supuesto ––se levantó––, mi vida por un beso de sus labios ––la tomó de las manos y la jaló hacia a él––, ese es mi mayor deseo.
La joven miró a los ojos de su enamorado, y una tímida sonrisa pareció detener hasta al viento, el olor de su perfume le ahogó en pasión y el carmesí de sus labios lo volvió loco de deseo, estaba hechizado, obsesionado.
––Si ese es su deseo…
El hombre se estremeció cuando la doncella posó su mejilla sobre la suya, juntando sus cuerpos, y como si de un murmullo imaginario se tratase, la escuchó decir:
––…Yo se lo concederé.
El pintor acarició los cabellos de la doncella y la atrajo más a él por la cintura.
––Bésame, Antonie, te lo ruego.
El hombre, obediente a su musa, se acercó y la besó sin pudor alguno, permitiéndose recorrer ansioso su figura. El deseo fue consumiéndolo mientras devoraba aquellos labios, aferrándose a ese cuerpo, como si de eso dependiese todo.
––Tu vida por un beso de mis labios ––rezó la joven al concluir el beso…y él cayó muerto.
Quien hubiese pasado frente al taller del gran pintor Antonie, hubiese visto cómo la doncella se consumía en llamas y de entre ellas un demonio, de alas negras y porte altivo, emergía, y entre risas burlonas repetía: ¡Tonto humano!, pero nadie pasó por allí, nadie vio morir al pintor, solitario, tal y como vivió.
––Te enamoraste del amor y te cegaste con mi disfraz de belleza ––le habló al pintor como si pudiese oírlo––. Preferiste la muerte a la soledad, engañar tus sentidos a ver la verdad de mis actos, o a admitir tu propio error al enamorarte de quien ni su nombre conocías. Grave error ––sus ojos no mostraban arrepentimiento alguno––. Ahora tu alma al infierno pertenece, por el precio de un simple beso.
Caminó donde el lienzo se encontraba. La vanidad era su pecado favorito, porque ni siquiera el cielo pudo quitarle a aquel narciso su belleza, su carta más traicionera.
––Qué fácil es engañarlos ––miró altivo su imagen plasmada––, y todo gracias al cielo, que sin saberlo nos ha entregado a sus favoritos ––rió burlón––. Su castigo es ahora deleite nuestro y sufrir de aquellos.
Su vista se posó sobre el enorme espejo que descansaba junto a la ventana. Su asombro no tenía igual. Caminó hacia el objeto, lento, como si su reflejo se pudiese borrar con su caminar.
––Soy yo…––delante del espejo, alargó su brazo y tocando el frío material sonrió para sí, aún incrédulo––. Volvió ––abrió sus alas y dio un latigazo al aire con la cola.
Todo el tiempo era humano y ahora podía verse cual demonio. Pero el volver a ver su verdadera imagen, las marcas en su piel, le hizo recordar la sentencia que le fue dada en un juicio injusto, hace mucho, mucho tiempo, cuando siendo ángel cayó del cielo…

––El paraíso no te mereces…aunque un ángel te llevó a él.
Media noche. Una sombra se encontraba dentro del mausoleo donde descansaba el cuerpo de una joven mujer, “Karem Trow”, rezaba la entrada al aposento.
––Aléjate de ella ––se escuchó el eco.
Tres estrellas cayeron del cielo y su luz envolvió el lugar.
––¿Dónde estoy? ––forzó Divad para soltarse del agarre de los ángeles––. ¡Suéltenme!, ¡suéltenme!, ¡¿Qué creen que hacen?!
Un viento fuerte alborotó sus cabellos, haciéndolo callar.
––Tú, Divad, faltaste a tu promesa, incumpliste las órdenes del cielo ––otra vez ese eco que se había escuchando en el mausoleo–– ¡Asesinaste a un favorito!
––¡Merecía morir! ––gritó, jalándose de aquellos que lo retenían como si él no fuera un ángel, como si no fuesen sus hermanos.
––Traidor eres, y cual traidor la marca cargarás.
La sentencia fue dictada, ahora era acusado y no juez, condenado y no verdugo. Ahora temía a las historias que los ángeles caídos contaban en la tierra, sobre el fuego de los infiernos al servicio del cielo, sobre el máximo castigo y el abandono de su reino. Ahora temía a su amo, el titiritero, y no a las historias del Luzbel y su pueblo.
La luz a su alrededor formó hilos, se volvió fuego. Divad no pudo más que observar aterrado cómo los hebras se acercaban a él, subían por su cuerpo, ataban sus alas. No pudo más que rogar por piedad al sentirse arder, romperse, caer. En su mente, la promesa que se hacían los hombres de la muerte, del descanso eterno, se le antojaba suya. Clamaba piedad, misericordia de los que alguna vez fueron sus iguales, pero sólo el fuego respondía a sus lamentos, consumiéndolo más y más, aumentando su dolor, su sufrimiento, conforme aumentaban sus ruegos, como si se burlara de él. El cielo lo había abandonado.
––De tu crimen el castigo: Lo que más odias serás ––el tormento no cesaba, Divad sintió desfallecer––. Un humano entre tantos otros, esa forma adoptarás, te odiarás a ti mismo, pero serás inmortal, así cargarás con tu castigo hasta el final de los tiempos, porque ni el reflejo piedad de ti tendrá, no volverás a verte demonio jamás.
La luz cesó, Divad volvió al mausoleo y las tres estrellas, al cielo.
“Traidor, yo no soy un traidor…no lo soy. Un traidor desobedece las órdenes de su amo, actúa ingrato y orgulloso, sólo se reconoce a sí mismo, pero yo…sólo seguí mis instintos…no soy un traidor”, pensó Divad.
––Un humano…––dijo con miedo, con asco mezclado.
Cerró los ojos, intentando olvidar, pero al abrirlos, miró sus manos…su respiración se detuvo…tocó su rostro, su pecho, ––“lo que más odias serás”––, sus brazos, sus piernas. La desesperación lo embargó. Temiendo lo peor, pasó la mano sobre su hombro derecho, se enterró las uñas, se rasguñó…no tenía alas…sentía dolor.
––…Una mujer ––sólo le quedó romper en llanto.

Un ruido detrás de él lo hizo voltear. La puerta estaba abierta, pero no había nadie más que el hombre que yacía en el suelo con los ojos cerrados y los labios entreabiertos, fantasmas de un último beso.
––El viento quiso hacernos compañía ––una sonrisa infantil se asomó a sus labios.
Volvió su vista al espejo. Su asombro se volvió odio, sus recuerdos, rencor, y la doncella enmarcada se rompió bajo el puño de la dueña de esa imagen.
––Odio los espejos y el maldito reflejo.
Se dio media vuelta, tirando todo a su paso. El suelo quedo cubierto de pinturas, tela y carbón.
––Tomaré esto prestado ––envolvió en su capa el retrato–– ¿No te importa, verdad? ––le habló al cadáver del pintor.
Salió del taller, dejando solo al artista que le entregó su corazón, abandonando a su suerte al maestro Antonie.
Caminó por entre callejones de bandidos y solitarios, hasta llegar a las puertas del la taberna de Rogue, abiertas siempre para todo aquel que deseará olvidar y ahogar sus penas en el alcohol. Allí, ella subió rápidamente a la que había sido su habitación por todo un mes, escribió una nota y apoyó el retrato contra su cama, para luego volver a bajar.
Hizo señas a un hombre detrás de la barra, quien fue inmediatamente hacia ella, como perro obediente a su dueño; lo tomó de la mano y volvió con él a su habitación.
––Debo marcharme ––dijo ella apenas cerrada la puerta.
––¿Volverás? ––preguntó él, imaginando ya la respuesta.
––No ––dijo fría.
––Pero…moriré sin ti.
Se quedaron en silencio unos segundos. El hombre rogó porque ella escuchará el latir de su corazón, que él juraba escucharle gritar el nombre que le había dado a su amada, una y otra vez, rogando que no se marchara.
––¿Es cierto su juramento? ––ella rompió el silencio, buscando verdad en la promesa de su compañero.
––Por supuesto, ya no conozco vida sin ti, al cruzar esa puerta, sabiendo que te marchas, mi corazón se detendrá y será mi fin.
Ella lo miró fijamente un momento, como si se estuviese despidiendo.
––Lo lamento ––lo besó––, debo irme ––tomó su retrato y la nota antes escrita.
Al cruzar la puerta sólo escuchó un golpe seco, pero ya no volteó. Salió del lugar sin importarle la verdad de las palabras del hombre, sin importarle que él murió de la tristeza por haber amado y ahora despedir a la que creía esperanza a toda su agonía, a la que creyó un ángel y no fue más que un verdugo y él, su diversión por treinta días.
Ella dejó atrás de Rogue, como dejaba siempre a sus enamorados, olvidados, en silencio, sin compañía…ni vida. Siempre era así, con una sonrisa los enamoraba, con una promesa los condenaba y con un beso, su alma reclamaba. Todos ellos, escapando a una vida de lamentos, soledad, crimen o castigo, se convertían en peones del infierno, en filas de soldados a órdenes de su titiritero, y todo por una mujer…por un demonio disfrazado de mujer.
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MensajeTema: Re: La busqueda del Caballero Negro   La busqueda del Caballero Negro Icon_minitimeVie Nov 21, 2008 9:38 pm

WOW Erinia Me dejaste sorprendida, no dejes de escribir nunca eres muy buena haciendolo.

Te Felicito
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http://www.myspace.com/tanyathefairyqueen
Nadezhka
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MensajeTema: Re: La busqueda del Caballero Negro   La busqueda del Caballero Negro Icon_minitimeSáb Nov 22, 2008 8:20 am

Me haz dejado, wwuuuuuuuuuaaaaaaaauuuuuuuuuwwwwww, que barbara amiga, me dejaste picada, quiero más
cheers
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Erinia Arnauld
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MensajeTema: Re: La busqueda del Caballero Negro   La busqueda del Caballero Negro Icon_minitimeSáb Nov 22, 2008 8:49 am

Hay muchas gracias chicas... en serio Embarassed hasta me han apenado...
Ok... les dejo el segundo capi... solo ke les advierto ke los demas jajajajajaja no creo ke salgan tan rapido porke se me ha ido la condenada inspriacion y sabra dios hasta cuando se digne en regresar study



CAPÍTULO 2

EL CIEGO



El camino de Rogue al cementerio es largo, pero más larga es la noche y las historias que trae consigo. Todos duermen intranquilos, temiendo a los seres que la luna trae en su cobijo y es que los aullidos, los susurros y los gritos asustan hasta a Morfeo y sus protegidos.
Tal es el miedo que entre sus historias hasta los demonios colaboran, volviéndose seres de fuego y colas, que escapan en la noche de la custodia de los ángeles y llegan a la tierra buscando a los que en su corazón el mal forjan para llevarlos ante su amo, quien, verdugo, les impondrá castigo, negando a las almas el descanso y la paz eterna de la que tanto se habla entre los mensajeros del cielo.
Para los hombres, los demonios sólo traen consigo muerte y sufrimiento, pues fueron ángeles que por envidiosos y traicioneros cayeron del Edén, y ahora sólo buscan venganza y victoria, acallar sus ruegos y borrar su condena. Mas no podría haber historia más equivocada ni siquiera siendo contada por la última estrella creada. Los demonios, sí fueron condenados, pero por desear aquello que les fue arrebatado. En el cielo sólo había una regla: No dañar a los favoritos. Todo hijo de Adán tenía que ser cuidado para que pudiese volver al lado de su Creador, quien no cumplía eso, era señalado como traidor. Más nunca se volvieron seres de temible aspecto ni buscaban a los hombres de gran maldad, ojalá hubiera sido así. Ellos eran iguales a los hombres, no había distinción alguna más que en su belleza, y reclamaban el alma de aquellos solitarios, que no encontraban otra razón para vivir que la vida misma, que el temor de morir, a ellos eran a los que buscaban, a los que no apreciaban el tesoro más grande que les fue entregado, e incitaban a la muerte y su legado.
Entre un bosque de nombres dos moradores se esconden, sin importarles las historias, los temores o susurros que en la ciudad rondan. El cementerio se ha vuelto su hogar y los muertos, su compañía. Es ahí donde pasan sus sueños y silencios, uno entre recuerdos y otro entre la oscuridad de sus ojos. No temen a los rumores sino a las verdades, no temen a las sombras sino a sus habitantes, no temen a las estrellas sino al destino escrito en ellas...
––¿Por qué regresas cada noche?
––Ya no lo sé...
Los dos moradores en el mausoleo, una hermosa dama y un hombre ciego, buscan consuelo y arrepentimiento en la muerte de Karem Trow.
––Aquí sólo encontrarás un recuerdo y un tormento.
Hacía un año de aquel terrible día, más pareciese que hubiese sido ayer. Aún dolía.
––Lo sé pero... ––la dama calló, en su garganta un nudo se formaba–– no puedo dejar de pensarla, de soñarla, se ha adueñado de mí y yo...
––Tú, te has vuelto esclavo de un fantasma ––respondió el ciego antes de dejar escapar un suspiró––. Ella nunca volverá, a pesar de que tú vuelvas a ella cada noche ––abrazó a la doncella––. Cada uno tiene un destino y el de ella, ha terminado ––le dijo al oído.
El anciano la dejó, ahí, sola, con sus recuerdos, pues aunque sus ojos no vieran, podía entender lo que ella sentía, podía oírla llorar cada noche y huir cada día.
––Ese anciano...
La doncella se levantó y dejando muy atrás el mausoleo llegó a una cabaña al final de ese campo de luto, junto a un viejo roble que parecía vigilar el sueño de los durmientes por siempre.
Un hogar, un lugar donde descansar, sólo una vieja casucha tenía tal significado. Ahí era donde ambos dormían, y compartían historias que nadie creería.
Cada noche, la doncella volvía a ese lugar, sin importarle a quien dejase sin su compañía ni quien la esperaría hasta el otro día. Sólo sabía que quería volver, regresar a ese mausoleo a esperar a que las estrellas cayeran de nuevo, y también, aunque quería ocultarlo, regresaba por ese anciano, al que ya cariño le había tomado.
––Descansa, hijo.
La ceguera no daba paso a la lujuria, pero el corazón sí lo daba a la ternura. La reconoció hombre y la llamó hijo. No preguntó procedencia ni pasado, eso no le importaba al cariño.
––Gracias, Weise.
El anciano dio un beso en su frente y se marchó, dejándola sola. La noche avanzó y el sueño la aprisionó. Las pesadillas eran peores que su realidad. Su cuerpo quemaba, sus heridas regresaban y en su mente las imágenes de su amor, de la traición, de él se burlaban, mientras los hilos de fuego regresaban con la luz de la luna a asfixiarlo.
Se encontraba sola, acechada por ángeles y demonios por igual, unos para recordarle su traición, los otros, para llevarlo a su nuevo hogar.
El ciego escuchaba cada noche cómo tras aquella puerta que lo separaba de su hijo, de su compañero de soledad, las lágrimas se volvían mudas ante el dolor, ante el sonido de la desesperación de no poder despertar. Deseaba entrar, poder ayudarlo, pero el sólo era un espectador.
––Traidor...no...no soy un traidor...no, por favor...ya no más...detenlo, por favor...detenlo.
Un oyente, eso era lo único que podía ser, esperar paciente a que llegara el sol, porque con él se acababan las súplicas de su hijo. Noche tras noche sucedía. Pero el sólo podía ser rezar, sabía que algún día acabaría.
––Karem...no... ¿Por qué?... ¿por qué, Karem?
El anciano suspiró. Karem y traidor era el murmullo que en la noche lo arrullaba y era lo que a su hijo torturaba. Ahora que lo recordaba, fueron las primeras palabras que le oyó decir cuando, hacía dos años, llegó a él, en una noche cualquiera, entre la lluvia y la muerte de una doncella.

Como sepulturero siempre estuvo cerca de la muerte, ese era su deber. Pasó los años entre llantos, flores y nombres, se había acostumbrado a las plegarias, los rezos y al sin fin de recuerdos.
––Que el Señor te guarde en su gloria, Karem Trow.
Pero aquel día, entre los sollozos de una madre y nadie más, se le dio despedida a una doncella. Llovía mientras se encerraba su recuerdo en aquel mausoleo.
La madre se marchó, pudo más la lluvia que su amor, y el antiguo sepulturero se quedó ahí parado, rezando lo que la mujer no pudo. Mas sus plegarias fueron interrumpidas por el sonido de pisadas.
––¿Quién anda ahí? ––No hubo respuesta, sólo sintió un leve roce en su brazo––. Responda.
Escuchó como se abría el mausoleo y luego el eco de un hombre hablando dentro, no entendía lo que decía pero en su voz había tal rencor y tal ira que el anciano temió por su vida.
El intruso siguió hablando y Weise prestó atención a lo que decía. Sólo pudo entender una cosa, un nombre que el extraño repetía: Karem.
¿Qué tendrá que ver él con la muerte de Karem?, se preguntó el anciano, pero la duda es olvidada cuando el extranjero fue acallado por un golpe. Weise, curioso, se acercó al mausoleo. Al llegar a la entrada una luz rompió su ceguera por un instante, todo era muy confuso, pero la luz sólo duró unos segundos y así como llegó, se fue. La noche ya había llegado, adueñándose del cementerio.
––Sea quien sea... ––amenazó el anciano.
El antiguo sepulturero quedó mudo al oír a una mujer llorando dentro del mausoleo. Desde que perdió la vista, sus sentidos nunca lo habían traicionado. Estaba seguro de que era hombre el extranjero y ahora escuchaba de una mujer el ruego.
Debe de haber un error, se dijo, no puede haber nadie más en el mausoleo que Karem y el extranjero, no puede haber otra doncella más que la sepultada dentro.
Weise, entre dudas y rezos, caminó hasta donde yacía la mujer, su llanto y agonía habían sido los culpables de que Morfeo la secuestrara a su reino, pero eso no le importó al anciano quien la acompañó en su sueño.
Las horas pasaron y el sol entró al mausoleo. La doncella despertó confundida, con hambre y frío. Volteó a su derecha. El cuerpo de Karem yacía sobre el mármol, inerte, sin vida, aún ataviada con ese vestido de novia, testigo del la sangre derramada y del amor vuelto asesino.
––Soy traidor por haberte amado... ¿tú qué eres al haberme engañado? ––La doncella se puso de pie––. Yo sólo fui una presa mas de tu belleza, de tus caprichos y tus promesas ––acarició los cabellos de aquella muñeca sin vida––. Y tú, mi querida embustera, te has burlado de este ángel enamorado, que creyó tus mentiras, y te convirtió en su dueña...culpable de mi condena: de ángel a demonio, de hombre a doncella, ¿la crees justa sentencia? ––rió cínicamente––. Pero tú, por tu estrella –– llevó sus manos hasta el cuello de Trow y tomó el dije que le había obsequiado–– sólo recibiste la muerte como recompensa.
––¿De qué habla, doncella?
La mujer volteó y vio al anciano detrás de ella, quedó muda ante la idea de responder tal duda. Un ángel no sabía mentir. ¿Cómo iba a entender un humano cualquiera su historias?, ¿Cómo podría explicar lo que ni ella entendía?. Prefirió callar.
––Sus palabras sonarían falsas para cualquiera, sería llamada loca o hasta mandada a la hoguera si tan solo las murmurase fuera de este castillo de piedra ––Weise calló un momento sólo para sonreírle a la doncella––, pero yo, que la escuchado llorar antes que hablar, sé que sus palabras son verdad, y créame cuando le digo, damita, que a veces los ojos engañan a su portador, prefiero oír su historia, si es que así me lo concede, y volverme crédulo y guardián de ella.
El silencio invadió el lugar. La doncella cerró los ojos y asintió con la cabeza cuando sintió al viento rozar su mejilla.
––Si ese es su deseo, yo se lo concederé, sólo no me llame damita porque yo no soy ninguna mujer ––Suspiró resignada––. Mi nombre es Divad, y soy un guardián celestial, ––le tomó de las manos, y lo invitó a sentar–– no se confunda por mi aspecto, que no es más que un disfraz impuesto.
––Yo lo llame doncella por el sonido de su voz, mas le pido disculpas por mi error. Si dice ser varón, eso será para mí.
La dama, sonriente, incrédula por confiar en un humano, le contó toda su historia. Aunque no podía hablar del cielo, murmuró de cuando era un ángel, un guardián eterno, sintiendo nostalgia al recordar sus alas, arrancadas por sus hermanos de juramento, le habló de Karem y de su amor por ella, de como violó toda regla por una promesa de boda, por estar con esa doncella a la que amó sin darse cuenta y por quien luchó sin siquiera importarle lo que los demás dijeran, divagó relatando el cómo la encontró en cama de otro hombre apenas un día después de darse ese “si” para siempre, su cuerpo tembló ante el coraje, el engaño y la traición imperdonable que aún lo atormentan, sintió el frío de la daga en sus manos al recordar como la ira lo llevó al pecado, a terminar manchado por la sangre de su esposa, llorando frente a una tumba con nada más que los recuerdos, la culpa y un dolor en el pecho...terminando así la historia en su condena recién dictada. Ahora Weise entendía el porque la oyó decir, “de hombre a doncella”. Fue un ángel, un varón, forzado a dejar el cielo, a ser un desterrado, tomando la forma de un humano, de una mujer... de lo que mas odió y sigue odiando.
La historia duró un día y una noche, pero aquel narrador la hizo durar una vida para su fiel oyente. No había nada más que decir, no había nada más que explicar. Uno de los secretos del cielo le fue relevado a un mortal, y este prometió confiar y callar.
––Creo que será mejor que descanse. Ya ha pasado por mucho, Divad, ahora es mejor dormir para olvidar o al menos...para intentar.
Sin mediar más palabra, Weise condujo a Divad hasta aquella casucha que orgulloso llamaba hogar.
––Bienvenido a casa, Divad.

Los recuerdos le habían robado la noche al anciano. Ya había amanecido. Fue al cuarto Divad, más no lo encontró. Siempre era lo mismo. Divad regresaba cada noche para continuar su lamento, y al despertar, huía a la ciudad, para dejar atrás sus pesadillas.
Weise no podía más que vagar por el cementerio esperando el regreso de “su hijo”.
––Ya volverá... ––Se dijo a si mismo, como lo hacía cada día.
Y él, lo esperaría, porque ese extraño se había vuelto no sólo un compañero de noches o un contador de historias. Ahora lo veía como a un hijo, como al recuerdo del suyo...
––...no como tu, Alexander, que nunca regresaste ––Le habló a una tumba que rezaba “Alexander Richter. Hijo de Weise Richter”.
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